Señor amado, al terminar este día, me recojo en tu presencia con humildad y gratitud. Gracias por cada momento vivido, por los aciertos y también por los errores que hoy me enseñaron algo más sobre mí y sobre Ti. Sé que estuviste conmigo en cada paso, incluso cuando no lo noté.
Te pido perdón por mis faltas: por las palabras que debí callar, por las que me faltaron decir con amor, por la impaciencia y el egoísmo que quizás herieron a otros. Dame un corazón más dócil y más atento a tu voz. Hoy aprendí que hablar con ternura es también una forma de amar. Mañana quiero cuidar más lo que digo, ser consuelo en vez de carga, ser paz en lugar de juicio.
En esta noche, Señor, toma mi cansancio y mi agitación. Calma mis pensamientos y regálame un descanso sereno bajo tu amparo. Que mi alma encuentre reposo en tu misericordia.
Virgen María, cúbreme con tu manto, como madre que vela por sus hijos, y ayúdame a vivir mañana con más fe, más paciencia y más amor.
En tus manos, Señor, pongo mi vida. Amén.